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Pierre-Albert Jourdan:
La escritura como ascesis espiritual

 

 

      Cuando se busca, ante todo, una presencia íntima, justa, plena, en el mundo y con el otro, pero también hacia sí mismo, y a lo que, por dentro o por fuera, nos lleva al ser: ¿cómo escribir?
      Al intentar como poeta decir el encuentro intenso vivido, o rozado en algunos momentos privilegiados, y lo que lo rodeó en las cercanías, los ecos, para preservar al menos una huella que se pueda hallar nuevamente y compartir con el prójimo, experimentamos la impotencia del lenguaje, o peor, su peligro, el de querer capturar una experiencia que se realiza en el silencio y el despojo. Expresar el deseo –y el dolor porque se ha acabado– tal vez no sea la manera más adecuada para que se repita.
      ¿Hay que callarse, o sólo designarla –si uno no espera simplemente que la suerte, o la gracia, vuelva, sino que intenta transformarse para no obstaculizarla, para recibirla mejor y durante más tiempo­­– y al escribir contentarse con el testimonio de un trabajo interior que pasa, en realidad, por otras vías?
      ¿O acaso se puede –usándola de otra manera– hacer de la escritura una de la prácticas, a menudo la principal, que poco a poco o abruptamente nos abre el camino hacia lo que es?

 

“Somos este mundo cerrado y loco. Doble locura la del que se aventura en la palabra y quiere, en su limitación propia, atravesar los límites”

      A pesar de esta locura, Pierre-Albert Jourdan decidió “creer en las palabras como zapatos y no como alfileres de fijación”, medio para avanzar interiormente en lugar de retener la experiencia. Quizás sintiera que la forma del poema –que utilizaba desde hacía quince años– estaba muy vinculada con el proyecto poético, o que era demasiado cerrada para evitar confundir al objeto verbal con un fin en sí mismo. El fragmento se impuso por su precariedad ya que se prestaba más fácilmente a una variedad de “esbozos hacia otra parte de la obra (se podría decir un “presente de sí”)” de acuerdo con sus necesidades y los obstáculos que él reconocía en su interior. (1)

 

      “Todo está acá pero dormimos nuestra vida”. Sin duda, el primer paso consiste en reunir, por fuera de los automatismos y la ceguera, en examinar el propio comportamiento y el de los hombres, para saber sobre qué tendencias habrá que trabajar. Enunciar las ilusiones –o los defectos colectivos– es para Jourdan una manera de tratar de deshacerse de ellos:

“Soy solidario de estos errores ambulantes, mis hermanos. Pero me gustaría hacer el bolso, dar bandazo, media vuelta”

      Escribir no es solamente la oportunidad para discernir, al designarlos rigurosamente, los propios errores o complacencias, sino que realmente debe comprometer a actuar de otra manera. Por lo tanto Pierre-Albert Jourdan se fija máximas de conducta que su formulación concisa y sorprendente le permite recordar fácilmente: “La sacralidad del gesto: el anti-desorden”, “Desaprender para abrirse”. Utiliza las exhortaciones a sí mismo para intimarse a aplicarlas y les otorga una vivacidad capaz de romper la inercia o la distracción, que impulsa, que estimula. Incluso hay cierta violencia, porque los obstáculos interiores a la plenitud de la presencia son poderosos y porque es muy difícil reaccionar:

“Sueño con un pensamiento que me realizara...
¿Flor o bastón? Bastón, sin duda, para evitar el adormecimiento”

      El diálogo interior se hace, a menudo, “mordaz”, el examen de sí –amargo– se multiplica con reproches agresivos (“No, evidentemente, no llevás los colores. Deslavado, trapito”) paréntesis ásperos e invectivas acompañan las exhortaciones, sarcasmo e ironía tratan de romper la adhesión a algunos comportamientos.
      Ejercicio de lucidez, de voluntad, de energía –sin duda necesaria–, pero que al mismo tiempo pone a una parte de sí contra la otra. Al reforzar la consciencia de lo que se es, se obstaculiza el olvido de sí y de todo saber, despojo, o abandono al que Jourdan se exhorta.

 

      Como si sólo hiciera falta –con la mayor asiduidad posible– llegar a un punto de atención, de activa receptividad, en el que otra cosa pudiera suceder o proseguir el trabajo interior. Esta otra cosa es para Jourdan el mundo natural con su presencia sensible, su resonancia en el cuerpo y en la interioridad.

“Un moscardón en un iris blanco: un instante el mundo vibra y se apacigua”

      La escritura sostiene así una ascesis de la contemplación: “Escuchá simplemente, dejate conducir”, alejando los pensamientos que interfieren, dirigiendo la atención hacia el mundo percibido, las sensaciones que éste despierta, incluso si no logra la eficacia de prácticas más gestuales, por ejemplo la del dibujo, que sigue el ritmo de las cosas y las inscribe en el cuerpo en movimiento. La escritura orienta cierto modo de la mirada, refuerza la percepción de lo invisible como revés de lo visible, y favorece de la misma manera el despertar del “ojo del corazón”, el anclaje de los sentidos físicos en el “sentido interior”. La celebración o la salutación que Jourdan reconoce cada vez más necesaria, ayuda a mantenerse en el estado de apertura amorosa, casi religiosa, que ésta exige. El trabajo de la lengua y del espíritu para adherirse al silencio, la moderación, el despojo del “yo”, la suspensión de las afirmaciones, una simplicidad creciente de las palabras y de la frases, profundizan aún más la escucha y la desaparición de sí.

“No penetraremos mediante la descripción sino haciéndonos granero en el silencio. Hay que penetrar en sí mismo, vencer la opacidad propia. Buscar la luz siguiendo la luz: si aún perdura en vos una luz que pueda recibirla”

      Encontrar en sí lo análogo espiritual de la luz visible es la única manera de sentir esta luz con toda su dimensión espiritual. La interiorización espiritual de lo sensible es para Jourdan el camino privilegiado. A través de una disciplina de la imaginación, utiliza como modelos –incluso como maestros– dotados de un saber moral, de palabra y de intención pedagógica, a los elementos del mundo. Jourdan desea un verdadero encuentro y la transformación interior que lo hace posible se convierte –aun cuando los elementos no cambian– en el símbolo de una actitud que es conveniente adoptar o de un estado que habría que alcanzar.

“Toda una filosofía al alcance del pasto. Saber masticar esta enseñanza”

      Quizás el doble obstáculo del trabajo sobre sí mismo pueda ser, de esta manera, evitado: las exhortaciones que extrae del cuerpo del mundo nos enseñan a acercarnos al mundo. No provienen de la razón, no están dirigidas solamente a la voluntad, pero actúan, a través de los sentidos, en el corazón del ser que las ha delegado por fuera de sí. La interioridad se impregna, se inspira, se adecúa a la rectitud o al arraigo del árbol, a la aceptación del pasto sacudido por el viento, al vagabundeo y a la disolución de la nube, se experimenta “una especie de floración interior que responde a la de la vegetación, que se armoniza con ella”.

 

      Esto sucede en el mejor de los casos. Sin duda, el pensamiento lee a menudo esas lecciones en el mundo, desde el principio o al perder el cuerpo, pero la mente y lo humano terminan ocultándolas. Desde entonces hay que disociarlas de los símbolos que predominan sobre su presencia física, como los sustantivos que esconden su singularidad:

“Lo que atraviesa el cielo no es una golondrina, pues no tiene nombre. La prueba es que atraviesa el cielo”

      Escribir, no tanto para pensar el mundo, para pensarse a sí mismo, o para reflexionar sobre la existencia sino para encaminarse hacia el no-saber y la experiencia de las cosas tal como son o, más bruscamente, haciendo que el intelecto pierda su apoyo, para precipitarse. Tal el koan zen: deslizamientos, defasajes, preguntas que rehúsan respuesta, o que traducen el rechazo a responder las preguntas –sobre todo las más cruciales–, preguntas que desconciertan las representaciones del mundo, las imágenes de sí, los juicios o pensamientos que impiden coincidir con lo que Lin-Tsi, fundador de la escuela zen abrupta, llama “el hombre verdadero sin situación”.

“¿Quizás la lluvia no cesará? Ella es el arca”

      “Asesinato de sí mismo” necesario para vivir realmente: “No se mata al hombre verdadero, sólo al hombre de paja”. ¿Acaso Lin-Tsi no afirmaba: “Si te cruzás con Buda matalo”? La ironía y la irrisión dan un vuelco para desprenderse y permitir un “deslizamiento fuera de escala” contra lo que Jourdan valora éticamente en otros fragmentos, su búsqueda espiritual y la escritura que pone a su servicio: “Amuletos de palabras, fósforos usados”(2), para que una vez perdido todo imaginario de la búsqueda, todo sentimiento de la tarea y de los medios privilegiados, sólo exista la conversión incesante al presente, a lo incognoscible.

“Ningún cazador sino aquel que deshaciéndose de sus armas las quiebra y avanza, al no tener sentido, ignorando de una vez por todas el laberinto”

 
      Tal vez buscar deliberadamente la pérdida de la imagen de sí y de la vida no baste. Pues no soportamos, a pesar de nosotros mismos, aquellas imágenes inevitables que padecemos: “Incluso la de un encaminamiento hacia una pérdida feliz, nos damos cuenta de que la traicionamos para reconstruirla”, y la pérdida radical de la muerte, que aparece detrás de cada una y las hace cada vez más irremediables a medida que se acerca. Jourdan trabaja para aceptarlas, para subvertir las reacciones espontáneas de sufrimiento y de rebeldía, para alcanzar un despojo total del yo, una igualdad del alma que permita un acceso pleno –aunque más despojado– al mundo sensible y sobre todo al “brote” del que siente que procede..
“¿Golpeado contra los obstáculos, podés bendecir los obstáculos?”
      Para convertir “el grito en el más alto rezo silencioso” hay que experimentar el fracaso de la experiencia como la oportunidad de un despojo positivo: “El desastre íntimo es la única fuente”, desanudar las emociones designándolas con distancia, utilizando un humor más suave. Mantener además la calma ante la muerte, acrecentando la consciencia y el sentido del misterio, como lo enseñan las tradiciones amerindia o tibetana en las que Jourdan quiere inspirarse.
“Es una manera de saludar ese soplo poderoso que nos derriba”
      En L’Angle mort (3) aparecen evocaciones o imágenes que la significan, como llamadas y meditaciones sobre la relación justa con la muerte, que el libro L’Approche, escrito durante la última enfermedad, trata de instaurar y preservar.
     La corrección de la lengua, la delicadeza intensa de su tacto, sostienen simultáneamente coraje, dignidad y apertura al misterio tanto más desnudo cuanto que lo sensible ya no lo oculta, tanto más experimentado cuanto que las representaciones y los proyectos se derrumban ante la muerte. Acceso a “este espacio sin espacio en el que nunca entramos vivos” que “a veces me parece incluso que nos constituye”. El instante del pasaje, para el ser ya despojado ¿acaso sería “la fulgurante llegada de la Justificación”?
 

“...estoy desposeído de la palabra. La palabra, la que me llevó más lejos, la que me acompañó, con la que contaba, principalmente, para atravesar la prueba (o simplemente para “atravesar”), ahora se aleja […] Qué importa pues esta paz vegetal me rodea. Ella, en el fondo, es la que más habla, en su inmovilidad casi irreal, ella es la que crece”
      ¿Cuál es el éxito del intento? Sin duda es difícil juzgar desde el punto de vista espiritual; sin embargo podemos afirmar que sentimos con mayor intensidad en los últimos escritos de Pierre-Albert Jourdan una luz, cierta serenidad. Tal vez la eficacia de la escritura viene en primer lugar de la concentración que exige, de la atención a la palabra en el movimiento de su formulación, y en la relectura. Se trata de un lugar en el que uno puede sorprenderse, mejor que en las palabras cotidianas, traicionando la exigencia interior, en el que se puede dar un vuelco a la actitud del espíritu con otra expresión. La precisión y la belleza literaria de los fragmentos de Jourdan están estrechamente vinculadas con esta atención exigente. Sin embargo para él sólo la “utilidad de lo escrito” justifica la publicación, es decir la invitación a un trabajo paralelo, en la escritura o en otra práctica, el aliento o el estímulo en un camino en el que él mismo experimentó profundamente la soledad, y la apertura durante una lectura, de un espacio interior que habrá que ahondar por sí mismo para que el mundo encuentre su verdadero lugar.
 Elodie Meunier: artículo publicado en la revista Arpa, no 86, junio de 2004, pp. 21-25.
Traducción: Julia Azaretto.

1. Los fragmentos de Pierre-Albert Jourdan (1924-1981) fueron editados después de su muerte bajo la dirección de Yves Leclair por la editorial Mercure de France, con el título Les Sandales de paille. Yves Bonnefoy escribió el prefacio. El segundo tomo, Le Bonjour et l’adieu, con un prefacio de Philippe Jaccottet, reunió en 1991 los poemas, que en su gran mayoría son anteriores a los libros publicados en el primer tomo. Las citas son de estos dos libros y de algunos textos publicados en revistas, que aún no han sido reeditados.

2. Este fragmento sólo se puede traducir completamente con una explicación: Jourdan afirma “Amulettes de paroles, allumettes usées”. Se trata de lo que en francés se llama una contrepetrie, o sea el procedimiento mediante el cual intercambiando dos sílabas  o, como en este caso, dos letras (aquí se trata de la “m” y de la “l”) a partir de una palabra se obtiene otra (de “amulettes” surge por intercambio “allumettes”).

3. L’Angle mort y L’Approche: libros de fragmentos publicados por la editorial Unes, luego reeditados en Les Sandales de paille por la editorial Mercure de France.
 

[Presentación de Pierre-Albert Jourdan]

[P.-A. Jourdan: Vida y obra]

[La búsqueda de P.-A. Jourdan]

[Algunos textos de Pierrre-Albert Jourdan]

[Bibliografía de P.- A. Jourdan]